Existen tantas melodías que me recuerdan a tus ojos...
las figuras de tu imagen se impregnan en canciones como la luz en los reflejos,
entre albores de mundos lejanos los sonidos parecen atraerte y convocarte. Deambulas
en fluctuaciones e intensidades, siempre resplandeciendo. Incesantemente todo
se transforma en tus apariciones y de tus semejanzas se ajustan las cosas; el
sentido que une las referencias de todo lo que veo parece componerse de las
pulsaciones de tu presencia. ¿Será que el mundo te refleja? ¿O eres tú la que
irradia todo mi mundo? Probablemente, pero reconocerlo me asusta casi tanto
como me llena de orgullo. Tu imagen centellea mundos que iluminan todas las apariencias
de un universo en perpetua expansión. Perdóname, por eso me espanto, por eso no
aparezco ni muestro estas verdades; reconocer el amor es un acto de
vulnerabilidad extrema, un paroxismo del ego.
Cada segundo despunta en latidos, en música para las
flores... y me abraza la inocencia que te recorre en los pequeños movimientos
de elevar un deseo a los cielos. Son nacimientos tus imágenes, estoy seguro que
los consientes y te corresponden; siempre trato de justificar tu belleza, tal
vez por eso las imágenes son interminables, porque la travesía es imposible,
una melodía infatigable. Eres tan única y tan etérea, no sólo porque no te
tengo aquí, sino porque tú esencia deambula de flor en flor, como si el tiempo
fuera el polen, el tenue tacto de las caricias de tu mirada cada vez que se ha
posado en mí. ¿Este resplandor regresa incansablemente o nunca se ha ido? ¿Eres
la más amable inspiración o te has apoderado de mí? ¿Eres tú o es mi deseo
enardeciéndose? Adentros y afueras. Presencias y distancias. Tanta pasión,
tanta incertidumbre.
“Ese es el camino”, dirían los más románticos o los
más valientes; “no debes perderte en el amor”, dirían los más pensantes o los
más sufridos. Distinguir o identificar con generalidades el cauce de estas mociones
sería un insulto, cortar el velo que envuelve la novedad, lo asombroso de un
acto irrepetible. La vivencia es indubitable.
Y todo esto es tan real como el mismísimo cielo. Todo
esto es tan serio como la propia existencia. Y se me irá la vida en el
silencio, se perpetuarán las ilusiones de la infancia, el tiempo viajará en los
soplos de tus figuras vagando por mis más nostálgicos jardines, entre las
canciones de tu cuerpo y los mundos de tus ojos; pronunciaré todos tus nombres
hasta que vuelvas a convertirte en poesía...
No puedo creer que después de tanto tiempo no lo hayas
notado, un poco me consuela, pero mucho más lo lamento. Algo de mi quiere, y
desespera, algo de mi no quiere, y también desespera. Todos sabemos que la
desesperación es una trampa; esta desesperación es una trampa oceánica, tiene
celdas inmensas como para no aburrirse nunca.
Siempre encuentro en la prestancia de las brisas del
recuerdo algún aroma, algún sonido, alguna imagen que me obliga a detener mis
sentidos y confiar en que todos esos mundos algún día podrían ser nuestros, que
podríamos habitarlos y construir un futuro con nuestras manos. Dicen que abrir
las compuertas del deseo es sacudir la esperanza, moldear las formas de la
ilusión, convertir las quimeras en apariencia. Pero dudo que todos estos
universos respeten alguna ley, algún molde, algún ejemplo...
No creo que aquí exista el tiempo. Yo siento lazos,
veo redes, escucho los pliegues de todas las melodías que merodean el unísono
de tu nombre. Busco inútilmente pronunciarme también, llevado por los ecos,
casi obligado por las resonancias, me reflejo a través de los cristales que
redoblan los cielos y desde allí, en un perpetuo bienestar, puedo verte en
todos tus modos, todas tus edades y todas tus formas... Salgo, y el día me da
un baño de sol; vuelvo, y la noche siempre es tuya. Una y otra vez voy y
vuelvo, del vacío a la abundancia, del silencio a los más embriagadores versos.
Una y otra vez me detengo, maravillado, absorto en los sonidos de la ausencia…
