3.6.11

Umgang

Misterios de la afectividad: necesitamos mares para nuestros ríos de drama. Construimos paredes que contengan el rebalse de la locura. Lavamos nuestros impulsos en la liquidez de los juguetes modernos. Merodeamos ligeramente la previsión y la probación de los artificios de satisfacción sin miramientos de lo satisfecho. Dame, con garantía extendida. Dame más. No parece haber nada detrás del deseo más que su pujanza. No necesitamos preguntarnos sobre lo que queremos, alguien más ya lo tiene.
Nos confiamos fuente de emociones y sentimientos que hay que plegar y articular; están diseñados para terminar en algo. No hay finalidades. Hay fines. Y algo nuevo. Como pasa con el clima, todos hablamos de esto pero nadie hace nada. La descuidada ansiedad y el amparo del consumo parecen ser los demonios del día. Los sueños están invitados a la insuficiencia y al pánico. Todo desemboca, ciñe o intercambia la naturaleza de nuestra fluencia vital.
Parece ser un proceso distinto, que involucra a distintos, cada vez. Pero son sólo situaciones distintas, personas distintas, anudamientos distintos. Nuestros modos son siempre los mismos. Todo empieza distinto. Todo termina distinto. Todo lo vemos distinto en cada oportunidad, como debe ser. Pero lo que pasa es siempre lo mismo. Antes, durante o después está pasando algo. ¿Y qué pasa? Lo que nos pasa. No hay adentro que no esté fuera. Y eso que está fuera, que tanto nos desespera, debería estar inundado por la dominancia de nuestra aproximación. Pero las cosas pasan, solamente pasan…
Así como el que pinta –por más original que pretenda ser– deberá recurrir a las formas originales de la línea y el color, el que viva deberá hacerlo con el afecto y la emoción. Pase lo que pase, indistinto, siempre pasa algo de esto. Y desde allí se abren afluencias… formas y figuras que identifican y diferencian una pintura de otra, los matices que nos muestran que en ese río ya nos hemos bañado, en el que nos volveremos a hundir o saldremos huyendo, pero siempre sondeando o merodeando algún océano hirviente de comprensión.
Podemos pensar que todos los problemas, todas las imposibilidades y toda la complejidad afectiva de nuestras emociones son sólo latidos que botan sobre sí mismos sin modificarse por entero nunca. Nada desaparece. Como el deseo, la tristeza nunca se consume. Como hoy, el mañana está por vivirse. Como de la vida, de la muerte puedes decir cualquier cosa, que le cabrá y será de suyo. La afectividad traza líneas y las emociones colorean un paisaje de disposiciones; puedes elegir y no puedes elegir los colores… pintas, te pintan y se pintan solos.
¿Cuánta intensidad, tiempo y desgaste hay en el paso de una emoción a la otra? ¿Es un salto? Y si es un salto, ¿dónde te devuelve? Inexorablemente a nuestros pies siempre encontramos la firmeza del suelo. Supongo por eso los movimientos están coloreados o parece un paisaje; son en el mundo y se cuidan de su estancia en el mundo construyendo mundos. Pero no es un mundo de la naturaleza y las cosas, es un mundo de sentido. Tampoco es completamente un sentido de significados, es un sentido de ir hacia lo que aparece. Tu vida puede cambiar de un momento a otro pero tu vida no cambia de un momento a otro. Tenerlo todo. Querer otro todo. Hacer de todo por no ser nada.
¿Quién ha buscado una sola cosa en la vida? Aproximarse no es un proceso ambulatorio; queremos desesperadamente un destino o imaginamos imposiblemente un camino, pero sólo hay deambulación… un vagabundeo donde todo parece posible. Lo posible no es todo si no es antes poder ser posible. El mundo es una pretensión, una mezcla de invitación y súplica.
¿Dónde escondes tu tristeza cuando estás alegre? ¿O desaparece? Nos distraemos con la mirada que divide lo que fue y lo que será. Deja y toma. Nos entre-tenemos con la actualidad de los sentimientos, pues nos ofrecen garantía de humanidad, pero somos presos de poder nombrarlos. El poder de la palabra es que se sucede una tras otra. Pero nuestra voz siempre es la misma. En rigor, la vida no se separa en momentos, la vida dura… puedes pasarte días describiendo el momento en que estás.
Sacamos y sacamos porque creemos que hay algo dentro que debe purgarse, como si no pudiera salir por sí solo, como si fuera peligrosamente evitable o posible no hacerlo. Es intolerable pensar que nuestros sentimientos no tengan escapatoria, que nazcan y se consuman en ellos mismos, que no tengan un fin, una causa, un culpable…
Puede que nuestros problemas tengan solución o no, es imposible saberlo o imaginarlo. Cada cual embalsará sus ríos o bailará su mambo. Pero hay un problema anterior, más importante: ¿por qué, o mejor dicho, de qué sentimos? Explorar las líneas y el color de nuestra afectividad no resuelve nada, pero al menos nos devuelve a nosotros mismos, a nuestro primer baile.
Siempre nos encontramos dispuestos a ser, incluso antes de ser, de sentirnos siendo. No hay una economía de intercambio, ni de retenciones, menos de trueque. El tiempo afectivo no se disuelve. Hay formas que moldean nuestras referencias a la mano y conforme a un mundo. El presente es ni más ni menos que la vivencia de una disposición hacia algo. La vida anímica es un inmenso salón donde asistimos al perpetuo baile del tiempo que somos. Las canciones son infinitas, pero siempre las mismas, que sea una u otra, no quita el bailar. El cuerpo es siempre el mismo, de eso no puedes dudar. No dudes, pues, de todo lo que eres.


(2011)