2.10.10

Sinamon

Cuando todos arrojen el pecado de la primera piedra yo me sentiré retenido a recuperarlas, una a una, hasta sopesar algo que se parezca a lo que siento. Iré primero por la más alejada, será mejor así. En el que más fuerza tenga veremos al más arrepentido de haberse engañado; será mi hermano. El trayecto que divida cada piedra será el silencio en el que nos deja el oprobio. En cada regreso emprenderé la distancia más larga que se pueda recorrer: el perdón. Volver sin poder mirar a nadie a los ojos, nunca. El horizonte sumergido en esos pedazos de cielo que carguen mis manos será mi único sustento. Construiré una pira de lamentos para honrarte.
Sembraré un árbol aquí, en medio de las ciénagas de mis miserias, a la vista de los sueños y los auxilios, y velaré por el día en que la sombra de sus ramas recubra por completo la oscura sensación de no haberte elegido. Así, por años igual. Oculto de lo imposible de las alturas me sentaré a esperar hasta que mi vergüenza se ciña a la tierra, abrazado al barro y al suplicio. Cuando mi desilusión agote el amargo remorder de todas las posibilidades de lo que hubieras sido; sólo así me habré perdonado.
Te cambio un pedazo de mi vida por un poco de tu ausencia. Intercambiemos gajos por bloques. Ojalá algún peso o sacrificio pudiera darte lo que debería devolverte. Tu compasión me desgarra del mundo. Sé que me estarás esperando de algún modo así como entiendo la dicha de la comprensión, de que es nuestra naturaleza también el error. Pero saberte posible en lo imposible lo hace aún más grave. Permíteme que en la injusticia de tu clemencia descanse todo mi padecimiento; por eso siempre me he rebelado. Volver a sentirte es la enjundia de mis días, mi más antiguo misterio, mi más auténtico deseo.
Se me ha dicho que de no haber pasado lo que paso mi vida hubiera llegado igualmente a la misma pregunta. Todo un cielo que te perdona. Todo un infierno que te condena. La ingrata deambulación que hay en el medio. La salvación o la condena; hay que elegir, siempre. El insoportable vértigo de saber que somos libres para lo uno y lo otro. La eterna indecisión, entonces, como la justicia perfecta.

(2010)