1.8.10

El hijo de las estrellas

Nadie gana, todos pierden. Nadie pierde si todos ganan. Así podrías ser el elegido. Podrías ser salvado, ganarte el cielo. Pero nadie se salva ni se pierde por completo. La naturaleza ha demostrado que la lucidez siempre hace reverencias al pesimismo. No puedo salvarte porque tendría que sacrificar mi vida. Si me fuera quedarías libre, pero en soledad, y todo volvería a empezar de nuevo. Yo no me he salvado; nadie siquiera ha pensado en hacerlo por mi. Nadie tiene el poder de salvar a nadie, para serte sincero. Es sólo un rol al que jugamos y nos piden que juguemos de vez en cuando. Entiendo que en ese pedido hay encriptado un acto de máxima entrega, pero es más una pasividad masiva que una empática súplica. No siento que pueda ser salvado y nadie me salvará; la irreversibilidad del deseo, siempre punzante y hambrienta de contradicciones. “No soporto lo que soy”, “no tolero lo que siento por ti...”, es muy lógico suponer que alguien más tenga el dominio de la vida. Lo imposible en tanto conciencia es sinónimo de la máxima tensión de la locura o la última escena del juicio; una soga que se estira y se rompe. Siempre hay un punto de inflexión, un punto de giro. El final parece llegar siempre, pero la trama continúa; sea salvo, juzgado o desquiciado, deberás aprender a ponerle palabras... hervirás de intuición hasta dar un nuevo salto. Pero hemos sido muy malos estudiantes, siempre. Te miro y todo se convierte en historia, todo se hace relato... jamás me has contado de esos sueños que te asaltan por la noche, jamás me has confesado esos pensamientos que te desayunan en tus silenciosas mañanas; en esos momentos me resultas más real que nunca, eres tú... se crea una virtualidad en el aire en la que puedo sentirte por completo. Te observo mientras tu mirada está fijada en el simulacro de las palabras y me instruyo por entero de tu ser. Es mi secreto; un aprendizaje oculto. Sé que piensas que malgasto mi tiempo en estas pequeñeces, pero así como en los derrumbes del silencio nunca encontramos la palabra apropiada, sólo emociones, cariño, lágrimas... sé que en ese tiempo enmudecido yace lo que más se parece a la verdad. Siempre aflora algo nuevo; aparecemos juntos. Al fin y al cabo el parecer es un apreciar; todo tiene precio en esta vida. Serás salvo o serás incinerado... lamento que el cuerpo haya sido desacralizado. No es infinito, pero es tu cuerpo. Y ese cuerpo, que a veces sabe a tierra, a veces a hierbas, a veces a esperanza... hace las veces de una ventana hacia mundo: explota, lo rodea, absorbe y se pliega sobre todas las posibilidades. El cuerpo es un templo que viaja por la naturaleza haciendo cartografías del universo, guiado por los astros y envidiado por los dioses, perdidamente salvado. Nuestras elecciones son alabanzas y nuestro compromiso los sacerdotes. Tú me lo has dicho una vez: “la vida siempre triunfa...”, ahora puedo comprenderlo un poco mejor, pero al menos permite que dude de mí mismo. No es que piense lo peor, es que trato de pensar en todo; para que un árbol crezca sano y fuerte debe abrirse a las alturas de los cielos y ceñirse a las oscuridades de la tierra. Dicen que los malos estudiantes aprenden por negación, yo creo que sólo tratamos de completar lo que recibimos. Lo que no recibimos nos punza, lo que queremos recibir nos moldea, lo que nunca recibiremos nos estremece... nos eyecta por los mismos aires que atravesamos al llegar. Algo nos une al devenir y a la duración. Por eso, cuando te digo lo que siento puedo decirte que lo siento todo el tiempo... entre fugacidades y eternidades, entre sombras y destinos. Una cara hacia adentro, una cara hacia fuera, todas las caras de lo mismo.

(2008)