4.9.12

Ludus

Después de detenerse varios minutos mirando la sombra que la manecilla de la ventana reflejaba sobre el suelo notó que aún estaba exhausto, su respiración continuaba acelerada y su cuerpo aún emanaba calor y sudor. En un intento de reconciliación con la escena miró de reojo hacia la cama; ella yacía entre sábanas probablemente dormida, inmóvil.
Se dio cuenta que las sombras de las luces de la calle, levemente oscilantes por el movimiento de los árboles, lucían mucho mejor al proyectarse en los pliegues de los músculos de su espalda. Sonrió, inevitable, y repasó los juegos de luces entre la piel, las sábanas y las formas del ambiente reflejándose; en medio de la oscuridad el cuerpo de ella parecía tener luz propia.
Quería fumar, pero sabía que ella lo había dejado hace tiempo. Se quedó fijado ante el espacio de cama que le era cedido para su sueño, pero no pudo acercarse, tenía ese impulso de desapego, no por rechazo, sino una suerte de desdoblamiento, un intento por regresar a sí mismo que le estaba costando alcanzar.
Permaneció por unos minutos así, observándose imaginariamente en el lugar que debería estar ocupando, distrayéndose con las largas piernas de ella que apenas se movían, como regodeando el sueño. Confluían en el trayecto de esa especie de suspensión vincular infinitos destinos, y un pasado. Una sucesión de hechos y decisiones lo habían puesto nuevamente en esa escena, en esa misma habitación, ante ella. El perfume del silencio abría la historia y la partía en dos.
Sintió mucha energía, la que volvía a su cuerpo o la que estaba promoviendo con estas nuevas emociones. Tuvo el impulso de aproximarse en sigilo para besar sus piernas, sus rodillas, en señal de adoración y agradecimiento. Tres veces tomó impulso, dos veces vaciló y el último fue tan sólo la dejadez de la inercia. Un pensamiento lo contuvo: ¿qué estaría pensando ella? Seguro dormía, pero, ¿qué sentiría ella si estuviera en su mismo lugar, si realizara estas mismas reflexiones? ¿Estaría su sueño repleto de intriga?  Supuso debería debatirse en la duda de si esto era –o volvía a ser– algo importante o si era simplemente el arrebato de un pasado medianamente inconcluso que se iría adormeciendo junto al impulso. La duda. Inmediatamente recordó que ese era su campo de batalla, no el de ella. Ella no dudaba, al menos no como él, y nunca en estas cosas. Tal vez por eso estaba descansando; las cosas pasan y vamos con ellas, si no vamos, nos quedamos, nos vemos pasar. Durmiendo, sin decir una palabra, haciendo mucho menos, ella comprendía mucho más.    
Había mucho involucrado en este encuentro, siempre lo hay, pero la conciencia pesaba como nunca. Luces y sombras, que podríamos entender como errores y aciertos, no le permitían ver claramente lo que estaba pasando. Sin saber porqué estaba allí, pero sobretodo, sin manera de poder irse de allí. El pasado se escurría y humeaba de su cuerpo. El presente era sólo pálpito. No había pensado en el futuro, ese era el problema. Y la noche empezaba a negarse a convertirse en mañana. El día siguiente, hasta allí había que llegar al menos, y sería un triunfo.
Su mirada se repartía en toda la habitación y a través de la ventana. Empezaba a tener sueño, más del que ya había aguantado. Ahí estaba la calle. Ahí estaba ella. Nada estaba esperándolo. La habitación estaba igual que la recordaba, inmóvil hace años, y no había manera de especular si eso significaba algo, si era bueno o malo, si estaba así porque él significó tanto que ella no pudo cambiar nada tras su partida o si siempre había estado así y él sólo estuvo de paso entre esa suerte de desidia ambiental. De cualquier manera significaba algo, como todo con ella.   
Devoción. Desconfianza. Incredulidad. Intentaba calmarse. Sea lo que sea, pase lo que pase, voy a respetar esto, se dijo sin pensar nada en particular, abriendo su reverencia a las afluencias de tiempo que se hundían en la habitación y en su sentido del honor; uno de esos estúpidos pensamientos que no podía ni solía evitar, otras veces tampoco cumplir; no era estúpido el pensamiento, él se sentía un estúpido cuando hacía alarde del poder de la palabra, o de su palabra y un supuesto peso añadido al simple hecho de pronunciar lo que se siente. Pero estaba en silencio, hablando solo. No había manera de engañarse con la oreja de nadie y esto no estaba pasando en fantasías, estaba pasando y cada minuto se iba con ello. Decir la palabra real, era poco y era mucho; la conciencia es un movimiento vacío de testimonios, interpela todo.
El tiempo a veces deja aprendizajes que nos empujan, nos obligan a la honestidad. Hubiera sido mucho más fácil aceptar que tenía miedo, no había necesidad de decorarlo todo con la usanza de la decencia. Nadie es inocente. Tal vez por eso decidió aceptar la invitación del sueño, siempre supo que al menos esa noche iba a dormir allí. No hubiera tenido a dónde ir ni había pensado realmente en irse.
Se acercó despacio. Ella ocupaba gran parte de la cama, de modo que fue acurrucándose en silencio junto al borde que daba a la ventana, dándole la espalda. Las luces de la calle estaban ahora también sobre él, quedando enredados en las mismas sombras. Los dos. El mismo espacio, en el mismo juego, que ahora parecía tomarse una pausa para respirar nuevamente.
Pensó en la omnisciencia de la vida, en el enorme esfuerzo que empleamos en tratar de ver lo que pasa y ha pasado en nuestros días. Los hechos, las personas, los errores, la esperanza. Supo que si su vida fuera un relato le gustaría que fuera como ella se veía ahora, así de calma, en la languidez de una larga siesta. Las hojas de un libro que no digan nada digno de contarse, ni de admirarse, ni de distinguirse… tan sólo la inmediatez cotidiana de dos personas que se encuentran. La vivencia no tiene ejemplos, no puede contarse. Supo haber vivido como si se estuviera perdiendo de algo, como si siempre hubiera algo más por hacer, alguien más que encuentra algo mejor para descubrir. Mil historias no construyen una historia, se pierden en relatos de otros. Y se había perdido de esto.    
Comenzaba a dormirse y entre parpadeos veía algunas hojas secas del otoño que aparecían planeando cerca del vidrio; desde que ella se había dormido pudo sonreír por primera vez, tímida, secretamente, pero entre un dejo de paz tan incierto como deseado. Entre sueños, ella rozó con su antebrazo parte de su espalda y dejó un pequeño escalofrío. Rogó que no se despertara, no hubiera sabido qué decir.
Se convenció de que cuando se levantara le recordaría aquella vez cuando a semanas de conocerse y él insistía en irse en medio de la noche ella le explicó que al menos en estas cosas la vida era más simple, durmieron juntos por primera vez y nunca más dudó en quedarse a su lado durante todos aquellos años. Pero no podía despertarla para escuchar su palabra, para tranquilizarse, como había hecho siempre. Esta noche ella le regaló su calma y él debía interpretarla como en un sueño.
Su mirada se fue desvaneciendo en el calor de sus propios suspiros. Hay algo que se apodera de los silencios que construyen los trazos vinculares, hay algo que no vemos. Entre una palabra y otra hay miles de palabras. Entre un beso y otro hay miles de otros besos. Y entre una historia y otra está tú historia. Aquí, en el aire, hay algo, pensó… y no es nada más que lo que quiero. Cada vez más la realidad se parece a palabras sueltas.

(2006)
 

   Cult of Luna - And With Her Came The Birds

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Por suerte la vida nos regala estos encuentros únicos, llenos de magia, que perduran secretamente dentro nuestro para siempre.
El silencio parece eterno y aun así, a pesar de tan frío paréntesis, se impone la calidez del recuerdo...
Esquinas, paisajes, cientos de rincones que logran evocar dulces escenas del romántico encuentro, conforman un preciado tesoro.

Blackbird dijo...

Me gusta, me gustó bastante...

Hay más de una frase que me robaría.

Qué lindo.