16.7.10

Arrobaciones

Hoy encontré un pesar, un peso. Parecía arena; las migajas acumuladas del paso del tiempo. Pisadas eternas, espacios lentos, miradas secas. Que extraña se vuelve la noche cuando se intercambian reclamos. El remordimiento pesa, tiene la fuerza de una tormenta... se hunde lo suficiente como para atravesar las sombras y elevarse entre los vientos. Huye. Deserta. Regresa. El dolor nunca es constante, se enmienda en erupciones que zigzaguean con el tiempo. Espero no te llegue ese mensaje, al menos no de mi boca. Me duele decirte cuánto te extraño.
Hoy encontré un pesar que se repite como un vicio; son esas intermitencias... cuando el malestar cede irradia un vacío hueco, un sonido opaco, hasta que vuelve a detonar. Espero no terminar de elegirlo. Bandos. Distancias. Premisas. Que insólito se vuelve el día cuando se silencian las penas; el dolor al menos está lleno de algo, el vacío, en cambio, es incontinencia, una ficción insoportable. Me pesa extrañarte casi tanto como me pesa necesitarte. Por eso me voy, por eso vuelvo... me pierdo, me hundo y me elevo, siempre midiendo el pesar que, a cuentagotas, tendré que pisar cuando atraviese los volúmenes de la memoria. Hordas. Profundidades. Llantos.
Imagino nuestros ojos aferrados al mirarnos, ahondando los mares del afecto, explorando los limbos de la sexualidad... quisiera poder sostener todos los recuerdos en la fuerza de mi puño y apretarlos hasta que se extingan, pero los oprimo hasta que se escurren en tibias lágrimas, los rebrotes que siembran mis suelos de melancolía. Siento que te has apoderado de todo mi cuerpo. Que desconocida se vuelve la vida cuando se pierden las referencias. Todo debería empezar de nuevo, un nuevo sol, un nuevo horizonte; sobrevivir…
Por encima de los silencios que deambulan por las tardes de domingo se encienden fuegos, pequeños focos candentes que interceptan la desolación de los sentidos. Revoluciones. Impulsos. Erosiones. Nado en un anochecer rojo que derrama anudamientos sanguíneos con la naturaleza. La oscuridad te compondrá tanto que tendrás que reptar hasta el nuevo día; si es que llega, si es que no te quedas adornando los surcos de incomprensión nocturna.
Todo debería volver a empezar; debería olvidarte, debería seguir. Pero vuelvo, siempre vuelvo. Ya no sé si es porque ese sufrimiento tiene un encantamiento o si es realmente por amor; ambas opciones me desalientan, ya que se contienen mutuamente. Espero no te llegue este mensaje... me pesa sufrirte pero más me pesa asociarte al dolor, no puedo permitírmelo, no después de todo lo que me has dado; el fuego, la luz, el coraje. Jamás volveré a ser el mismo, has modificado toda mi espiritualidad. Has mejorado lo que yo empeoraba en soledad. Marcado por tu signo mi futuro debería ser inmenso y provechoso; temo no poder aprender nada más... temo no haberte dejado nada.
Pero en el amor los méritos no son premios, sino sigilosos reconocimientos. Miro al cielo, bien alto... tu voz acaricia mi mundo. Lamento que este haya sido el mensaje que te he dejado: el más desesperanzado, pero el más respetuoso de los silencios...

(2007)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aunque a veces las heridas no curan por completo... creo que el amor y la comprensión tienen el poder de mitigar el dolor, de conciliar el perdón. Sin duda un gran amor, digno del más respetuoso de los silencios.