10.6.10

Nebula

Durante cuatro días estuve pensando en la misma palabra. Durante cuatro mañanas estuve degustando la misma esperanza. Durante cuatro tardes, repletas de sol, estuve siguiendo el aroma del ocaso. Durante cuatro noches anduve... y anduve. No por andar suelto no perseguía un sentido, al contrario, tenía un cauce, un rumbo, un camino. Y a pesar de encontrarme buscando sentía que ese momento, ese pequeño transcurso, era mi hogar; sentía que me rodeaban todas mis pertenencias. Siempre dicen que eres del lugar que habitas, y la noche es una inmensa habitación...
Estuve tratando de dilucidar el lenguaje del futuro. Desalojándome del tiempo, levantando las anclas del presente y reconstruyendo todas las avenidas. Fui avanzando entre la sombra, desolando las entrañas de la oscuridad y esparciendo los afanes del amanecer... me sentía divulgando los acallados albores de los cielos. Mis ojos no reconocían los cruces ni las bifurcaciones, mi razón no entendía de opuestos ni de absolutos; pero mis sentidos no dormían, descansaban en el remanso del devenir...
En el centro de todos los extremos está la soledad, en la máxima de las clausuras todo tiene otro encanto... los nombres, las cosas, los olores; puede que nadie me siguiera ni me encontrara, pero la noche, esas noches, eran mías. Retirarse del mundo de los otros es un acto de extraña autonomía: mientras todo tiende a volver a nacer y a reconfirmarse la propia identidad parece sucumbir, mientras todo se aleja de los males del mundo las miserias personales parecen ensimismarse hasta el hartazgo, hasta el aire parece rebullirse y colapsar entre la brisa... todo huele a milagros, todo sabe a crucifixiones. Y por más que te dejes llevar por la ficción nunca encontrarás las encrucijadas de los hechizos. Ese es el secreto: no hay secretos: hay misterios.
La realidad se desenvuelve y se refracta como en un laberinto espejado. Los objetos se pierden, ya que pueden verse desde todos sus lados. Los colores estallan, me envuelven en un manto de asombro; no puedo ver aunque sienta mirar. Y nadie me observa. Las personas no son espejos, nunca debí olvidarme de eso. No te busques en los otros ni dejes que los otros se busquen a sí mismos en ti, nunca. Es preferible que te pases la vida desarticulando las apologías del retraimiento a que te pierdas en las hordas de la alteridad. En esas noches estuve realmente solo. La soledad no tiene como base la indefensión o el resentimiento, es una estructura biológica. Entonces mi incomunicación fue una bendición, un arrullo de la existencia.
La empatía y el amor al prójimo son dos inmensos universos. Una prueba. La antonomasia del ser del hombre. No puedes vivir completamente con los otros ni puedes vivir, a secas, sin los otros. ¿Hace falta que te diga que las personas no son objetos? No te busques en ellas, siento que te perderás. Que no te busquen, creo que te perderán... Caminar. Andar. Encontrar. Nudos. Lazos. Vínculos. La misma palabra fue extendiéndose y agravándose, en el mejor de sus sentidos.
Esas noches fueron parte de un camino hacia un atentado de comprensión de esto a que me acerco pero que tal vez nunca llegue a enfrentarme por completo. Ni deba. Ni merezca. Ni pueda...
Quise saber hasta que punto podía soportarme a mi mismo. Otra Prueba. Quise saber hasta que distancia podía abandonar mis referencias y, sobretodo, hasta que sensaciones podría prescindir de mis recuerdos, de mis afectos. Otro fracaso. Toda búsqueda es una conquista. El hombre es esencialmente bélico. Por más que intente retroceder siempre avanza; es explorador. Puede destruir y destruirse; nada nuevo, ya lo sé. El problema es que toda búsqueda no implica una respuesta... así como la enfermedad no tiene un fin sino un proceso, la salud no implica su ausencia; a veces enfermamos buscando sanarnos.
Mientras andaba sentía mucho frío, hasta que un nuevo color o un nuevo sonido me cubría de entusiasmo. Cada una de las emociones que fui descubriendo exigían que me detuviera completamente; hay que elegir. Cada expresión de esa libertad era un pasmo, un nexo... puro vértigo. Cada vez que mi ansiedad descansaba, cada vez que me tomaba el tiempo que demandaban esos paisajes, la vista se me nublaba y mis sentidos se confundían entre sí... mi cuerpo se volcaba al mundo, rebalsando de compañía. Todas las personas que conozco estaban allí. Todas las personas que quisiera conocer me llamaban. Todas las personas que me han hecho daño se habían ido. Anudamientos y desnudamientos de afecto brotaban como premoniciones...
La última referencia siempre es el cielo. Pero el cielo ya no estaba, estaba rodeado por una majestuosa niebla que parecía teñir de brillo y claridad todo mi camino. En la última noche volví a encontrar el sendero que me condujo a mi naciente hogar, a mis viejos amigos. Ya no sufría, tampoco me sentía bendecido ni privilegiado, simplemente volvía, fusionado a los latidos del universo, sintiendo los destellos de una larga noche y saboreando el rocío de un nuevo día...

(2007)

1 comentario:

pedro dijo...

Salvando analogías o distancias, por momentos me he sentido en Bouville, en La Náusea. Supongo Buenos Aires tiene lo suyo. Quedo pendiente. Permiso. Saludos.